El Mundo Esmeralda, de Daniel de Wishlet - page 14

El mundo esmeralda
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A pesar de estar tan alto los pequeños llegaron hasta ahí, aterrizando
junto a las grandes fuentes.
Tras curiosear un poco alrededor, todos menos Puchi se tumbaron.
Finísimas gotas de agua les salpicaban, produciéndoles un relajante fres-
cor…
La niña dio unos pasos alrededor de las estatuas hasta situarse justo al
borde del monumento.
Ahí permaneció en pie, admirando tanta belleza que se extendía hacia
un horizonte coronado por un apoteósico cielo violeta. Ensimismada, no
se lo pensó dos veces, y a pesar de que sus amigos todavía continuaban
tumbados decidió seguir viviendo esa maravillosa aventura: en lo más
alto de una formidable cascada rosa elevó sus brazos, dio un saltito y se
quedó flotando en el aire como una pluma…
Y planeando suavemente, Puchi disfrutó una vez más del delicioso
paisaje que seguía mostrándose bajo ella.
A lo largo de su apacible descenso llamaron su atención unos riachue-
los que serpenteaban entre los árboles, que por su color rosa destacaban
sobre el verde de la vegetación. Descendió aún más hasta acercarse a
uno, y una vez sobre él comenzó a seguir su recorrido.
La pequeña se divirtió viéndose a sí misma reflejada en el agua con los
brazos en cruz. Pero no estaba sola, varias aves se habían unido a ella en
su misma dirección. Miró a ambos lados, y dándose cuenta de que estaba
rodeada se dejó sentir como una más, sobrevolando juntas el curso del río.
Como todos los riachuelos iban a desembocar en el mismo lago, Pu-
chi llegó finalmente hasta él, quedándose fascinada con lo que tenía ante
sí: su calmada y brillante agua rosa era el lugar de reunión de cientos de
aves de todas clases. Ahí nadaban, volaban y se refrescaban, formando un
espectáculo de vida y color.
Sobrevolando cuidadosamente su superficie se fue a topar cara a cara
con los pequeñuelos de una familia de cisnes que, lejos de asustarse por
su presencia, prosiguieron nadando estilosos detrás de su mamá.
En esa tarde reinaba la paz…
Con un último planeo llegó hasta la frondosa hierba de la orilla, en
donde se sentó y pudo contemplar con más detenimiento lo que había
a su alrededor: en las ramas de los árboles, las parejas de aves se acari-
ciaban con sus picos. Arrullándose con cariño, mezclaban y unían sus
coloridos. Otras preferían bañarse mediante un gracioso baile en el que
primero sumergían la cabeza, después el cuerpo, y por último la cola,
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