El Mundo Esmeralda, de Daniel de Wishlet - page 15

Daniel de Wishlet
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para finalmente sacudirse toda el agua. Una y otra vez volvían a iniciar el
rito, y cuando lo daban por finalizado se desplazaban hasta la orilla para
pasearse orgullosas exhibiendo su silueta. Pero, sin duda, las que más
ternura le hacían sentir a la niña eran los más pequeños que jugaban
felices por todas partes bajo la mirada atenta de sus papás.
Puchi se deleitó con todas esas escenas, llenándose de la felicidad y
la armonía de ese suave atardecer. Le hubiera gustado permanecer ahí
por más tiempo, pero como en su visita a La Montaña Mágica quedaban
cosas por descubrir, con cierta tristeza se puso en pie, elevándose para
proseguir su aventura.
Y volando cada vez con mayor maestría se alejó de aquel inolvidable
lugar, volviendo su mirada para despedirse de él.
El cielo violeta comenzaba ya a enrojecer.
Poco a poco había ido oscureciendo y hacía rato que sus amigos la
estaban buscando. Pero ajena a ello, Puchi proseguía con su vuelo a con-
siderable altura.
Los jardines aparecían ahora iluminados por una intensa luz rojiza,
contemplándose a vista de pájaro auténticos mares de flores que la per-
suadieron para descender sobre ellos.
Con un vuelo en picado, la pequeña se dirigió hacia las flores.
Sus perfumes eran tan intensos que podían olerse desde lo alto, y al
percibirlos, cerró sus ojitos, quedando suspendida en el aire llenándose
de su fragancia. Transcurrieron unos gratos momentos en los que, flo-
tando con los ojos cerrados, se desplazó de un lugar a otro dejándose
llevar tan solo por los distintos aromas de las flores hasta que un dulce
olor le agradó tanto que quiso saber de dónde provenía. Guiándose por
él descendió hasta poner sus pies en el suelo, y al abrir los ojos comprobó
que se encontraba rodeada de altas campanillas blancas con estambres
amarillos. Tan grata fue la impresión que tuvo el impulso de arrancarlas
para llevárselas a su casa, pero cuando se disponía a hacerlo se oyó una
potente voz:
—¿Crees que esto es lo que le gustaría a tus papás?
La pequeña alejó sus manos de las campanillas, mirando a su alrede-
dor, sin ver a nadie…
Y aquella voz habló de nuevo:
—¡Eh aquí el entorno donde más bellas estas flores se pueden con-
templar, y donde su olor más armoniza con el resto de los olores! Si las
dejas, seguirán haciendo felices a los que como tú, se sientan atraídos por
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